Nunca olvidé que era canaria, y para más, majorera. Pero nunca tampoco pude recordar cómo eran cómo son- estas Canarias con cuyo barro se amasaron años párvulos míos. Todo lo que ella podía evocar eran sueltas, breves imágenes: un par de camellos, terror de esa párvula; unas plantas de hojitas como dedos de ángeles, de diversos colores; un toro, invisible monstruo furioso del cual huíamos mi madre y yo a través de un campo sembrado cuyas plantas eran más altas que yo…
La Isla de Lobos, donde nací, verruga en el mar de la epopeya definitiva en la conquista del planeta, es una estampa que me construyeron; como la de la tormenta que fue orquesta en el nacimiento, o la del charco con los pececillos “impescables”
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